López Obrador, en uno de esos momentos donde la lengua corre más rápido que el pensamiento, volvió a arremeter contra su némesis favorito: Felipe Calderón. Dijo que no fue un buen presidente, que dejó un país en ruinas, que estaba coludido, que todo mal. Lo de siempre. Lo curioso —y tragicómico— es que, al final, terminó copiándole todo.
Militarizó el país… igual que Calderón.
Usó a la Guardia Nacional como brazo extendido del Estado… igual que Calderón con el Ejército.
Le declaró la guerra al narco (pero sin llamarla guerra, porque eso suena feo)... igual que Calderón.
Y ahora hasta presume capturas, decomisos y operativos... ¡como si fuera 2008 otra vez!
Lo único que le faltó fue ponerse el chaleco con las siglas de la SEDENA y salir a patrullar, pero no le daba el cardio.
Y mientras tanto, su narrativa de paz, abrazos y moral de café de la mañana… terminó en el mismo infierno de sangre y fuego que tanto criticó. Calderón no solo ganó en la comparación: ganó en la ironía. Porque al final, AMLO terminó siendo un imitador con menos resultados y más excusas.
Así que sí, aunque le duela en lo más profundo de su sermón mañanero, ganó Calderón.
Y López... solo quedó sepultado bajo la miseria de sus propias palabras.
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