Los días de clases se hacían desesperantes y eternos. Ansiaba tener en mis manos el dichoso volante negro. A mi madre nunca le gustó la idea que estuviera toda las tardes en la calle con mi juguete, nunca le pareció buena. Quizá tenía razón. Pero como era niño pilucho (vago) pues no me importaba tanto.
Frente a mí casa vivía un niño y también tenía su carro deslizador. Su nombre era Pedro, “Pedro pistolas” así le llamábamos por ser muy alebrestado con la gente. Que sin miedo, no dudó mucho en retarme a una carrera de cuadra completa con los tan afamados Avalanchas.
Recuerdo ese día como si fuera ayer. Todavía me sigo preguntando: ¿dónde carajos salieron tantos chiquillos? porque ese día la calle estaba repleta de ellos. Los gritos no se hacían esperar:
—¡Pinche Juan Carlos, gánale al Pedro pelota!
—¡Gana Pedro, y te invito una torta!
Normalmente, en esos tiempos los niños no usaban algún equipo de protección para proteger su cuerpo. Y por la importancia de tal magnitud, tuvimos la necesidad de fabricar los nuestros. Utilizando botes de cartón de leche y cajas de galletas Marías.
Todo estaba listo. Mi amigo Toño quien sería el motor de empuje, había entrenado un día antes toda una tarde corriendo como loco en el barrio para la dichosa carrera. Sintiéndose fuerte, seguro y con ánimos de no terminar en segundo lugar. (Le gustaba mi vecina Lourdes y solo la quería impresionar).
En fin, todo estaba por iniciar. En la calle nos limitaba una meta con una raya echa de cal. Ahí estábamos: Pedro y Yo. Los niños que enfrentaban su valentía con semejantes carros deslizadores.
Entonces gritaron: 3, 2, 1…
Entonces gritaron: 3, 2, 1…
¡Arrancan!
¡Salimos disparados! Ambos contrincantes comenzamos la lucha para ver quien llegaba primero en darle la vuelta a la manzana. Era una carrera rápida, furiosa y con obstáculos. Ese día se le ocurrió dejar al papá de Toño, estacionado afuera de su casa el carro de refrescos de donde trabajaba. Era un obstáculo enorme para nuestra travesía. Por lo que tuvimos que hacer una fuerte maniobra y acostarnos en la Avalancha (carro deslizador).
Así logramos cruzar el obstáculo. Pedro, en ese momento nos llevó ventaja. Entonces al llegar a la esquina, se cruzó una pareja frente a Pedro. Estos sin importancia alguna hicieron acto de amor dándose un fuerte abrazo y un largo beso. A Pedro no lo dejaron cruzar. Quien con furia y rabieta, gritó echando pestes diciendo —¡¿cómo era posible que estuvieran besándose en plena calle?!— Nosotros en ese instante, tuvimos la ventaja que necesitábamos y así pudimos adelantar nuestra carrera.
Llegando casi a la meta, mi fuerza de empuje "Toño" le comenzó una fuerte tos de aquellas que suelen decir de "perro". Por lo que rápido Pedro nos alcanzó. Y aproximándose a la meta, los gritos de todos los niños presentes no se hicieron esperar. La adrenalina cruzaba en mis venas y los ánimos de la multitud gritando: —¡Carlos! ¡Pedro!— Se hacían sonar con más enjundia. Hasta que salió mi madre con una escoba y me tiró un escobazo. Pedro tomó ventaja y ganó gritando:
—¡Lero, Lero su mamá le pegó!
Lo odio. Bueno, eso fue hace mucho. Yo creo que un día de estos los buscaré y le pediré la revancha. Si, en mi tan querida avalancha. (Si consigo una)