El Sagrado Ritual del Cassette

Hubo un tiempo —no tan lejano— donde la música no venía de la nube, ni se podía repetir con un clic. Venía enrollada en una cinta magnética, frágil y caprichosa, dentro de un cassette.

Sí, ese rectángulo de plástico que hacía magia cuando lo metías al estéreo y presionabas "Play".

Teníamos una paciencia de monje zen: cuando la cinta se salía o se enredaba, no tirábamos el cassette… lo operábamos. Con cinta adhesiva, una pluma Bic y un poco de fe, lo dejábamos como nuevo.
Era cirugía emocional.
Porque ese cassette tenía nuestra música. Nuestra historia.


Grabar canciones de la radio era otro arte. Tenías que estar ahí, cazando el momento perfecto, con el dedo listo en el botón rojo. Y claro…

Siempre te salía el locutor arruinando la intro:
🎤 “¡La mejor música, en la estación que te pone a bailar, yeah!”
Y ahí quedaba, para siempre, entremezclado con tu canción favorita.

Cada 30 minutos había que darle la vuelta. Lado A, lado B. Un pequeño ritual mecánico que hoy parece una molestia… pero antes, era parte del viaje.

Los cassettes no tenían “skip”. Tenían rebobinado. Y si querías volver a tu canción favorita, te tocaba adivinar, adelantar, pasarte, volver, y repetir.

Pero, ¿sabes qué?
Todo eso lo hacía especial.
Hoy tenemos acceso a millones de canciones, pero no ese ritual.
No esa espera.
No ese cariño por lo imperfecto.

📼 Los cassettes no solo reproducían música. Reproducían momentos.
Y cada uno tenía un alma.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario