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Estábamos mejor con Felipe Calderón.

López Obrador, en uno de esos momentos donde la lengua corre más rápido que el pensamiento, volvió a arremeter contra su némesis favorito: Felipe Calderón. Dijo que no fue un buen presidente, que dejó un país en ruinas, que estaba coludido, que todo mal. Lo de siempre. Lo curioso —y tragicómico— es que, al final, terminó copiándole todo.

Militarizó el país… igual que Calderón.

Usó a la Guardia Nacional como brazo extendido del Estado… igual que Calderón con el Ejército.

Le declaró la guerra al narco (pero sin llamarla guerra, porque eso suena feo)... igual que Calderón.

Y ahora hasta presume capturas, decomisos y operativos... ¡como si fuera 2008 otra vez!

Lo único que le faltó fue ponerse el chaleco con las siglas de la SEDENA y salir a patrullar, pero no le daba el cardio.

Y mientras tanto, su narrativa de paz, abrazos y moral de café de la mañana… terminó en el mismo infierno de sangre y fuego que tanto criticó. Calderón no solo ganó en la comparación: ganó en la ironía. Porque al final, AMLO terminó siendo un imitador con menos resultados y más excusas.

Así que sí, aunque le duela en lo más profundo de su sermón mañanero, ganó Calderón.

Y López... solo quedó sepultado bajo la miseria de sus propias palabras.

Lista Tío Sam 2025

La clase política mexicana (sí, esa élite bendita de la corrupción gourmet) anda con el Obrador atorado en la garganta. ¿La razón? Resulta que el Tío Sam —ese que todo lo ve y todo lo apunta— ya tiene su álbum Panini de políticos, familiares, amigos y mascotas metidos hasta las cejas en asuntos turbios. Y como buen anfitrión en su territorio, empezó a repartir cancelaciones de visas como si fueran volantes de feria… y lo que sigue: el congelamiento de cuentas bancarias bien lavaditas.

Mientras tanto, aquí en el país del “no pasa nada”, los implicados siguen cobijados por un “PRESIDENTÁ” que jura por Benito Juárez que no sabe nada, no vio nada y, francamente, no quiere saber nada. Así va directo al récord Guinness como la persona más orgullosamente ignorante de México.

Y justo ahora, el infortunio le cae a RICARDO MONREAL , otro ilustre condecorado por sus tratos finísimos con el narco. Pero no se preocupen, seguro aquí lo premian con otro cargo… o con una estatua.



"El Comandante del Ayer".

En algún rincón soleado de La Habana, junto al vaivén cadencioso del mar Caribe y con un puro humeante entre los labios, Andrés Manuel López Obrador se mece lentamente en una silla de mimbre. Viste una guayabera impecable, blanca como la palidez de las promesas incumplidas, y mira al horizonte con la serenidad de quien ya no carga la responsabilidad, solo el recuerdo.

—“Ay, cómo se quejan los conservadores todavía,” murmura con una sonrisa ladeada, mientras observa en su vieja tablet las noticias mexicanas. El Wi-Fi cubano es lento, pero la ironía viaja rápido.

En las calles de México, los trenes siguen descarrilándose con la dignidad del presupuesto recortado. El AIFA continúa funcionando… como un monumento al orgullo necio, donde llegan más moscas que vuelos. Y el país, ahogado entre abrazos y balazos, aún intenta entender si lo que vivió fue un gobierno o una telenovela escrita por Kafka y dirigida por Chespirito.

—“Les dejé la esperanza, ¿qué más querían?” dice mientras le sirven un café cubano cargado como su discurso matutino de hace años. Los locales lo llaman “El Comandante del Bienestar”, un apodo que él acepta con gusto, ignorando el hecho de que ni en Cuba creen mucho en eso del bienestar.

A veces recibe cartas de antiguos seguidores. Una le escribe:

"Comandante AMLO, seguimos luchando contra los fifís, los neoliberales y los ventiladores eléctricos. Todo gracias a usted."

Y él responde con tinta verde:

No aflojen. El pueblo sabio siempre tendrá razón, incluso cuando no la tenga.”

Mientras tanto, en México, los programas sociales siguen fluyendo como paracetamol en un hospital público: baratos, escasos y con efecto dudoso. La inflación baila un danzón y la justicia duerme bajo la sombra de un árbol sembrado en 2006.

Pero allá en Cuba, AMLO vive sin prisas. A veces lo visitan viejos amigos: Evo trae charangos, Correa llega con anécdotas, y hasta Maduro manda una canasta con plátanos sin contexto. Todos brindan por la Revolución que nunca fue, pero que en los discursos sonaba tan bonita.

—“¡Viva el pueblo!” grita a veces, mientras nadie lo escucha más que un gallo desorientado y un gato que duerme en su ventana.

Porque al final, AMLO se retiró como quería: sin responder preguntas, sin rendir cuentas, y con la convicción firme de que el problema no era él, sino que el pueblo aún no entendía su genialidad.

Allá, quitado de la pena, entre cocos y discursos, vive el viejo Andrés, convencido de que la historia lo absolverá... o por lo menos lo olvidará.