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🧠💻 ¿Vivimos en una simulación... o simplemente ya queremos hacerlo?

Cada vez es más difícil saberlo.

Te despiertas, revisas el celular, haces scroll como zombi, comes lo mismo, trabajas en lo mismo, finges emociones por default... y repites. Día tras día. ¿Realidad? ¿O una app mal optimizada corriendo en bucle?

Quizá no vivimos en una simulación, pero sí actuamos como si rogáramos por una:

Inteligencias artificiales que piensan más que nosotros.

Avatares que nos representan mejor que nuestra propia cara.

Mundos virtuales donde somos dioses, mientras en el mundo real... no podemos ni con el WiFi.

A este paso, el verdadero apocalipsis no será con fuego ni meteoritos... será cuando nos demos cuenta de que preferimos una realidad programada que no duela, a una vida real que no entendemos.

Así que sí...

Tal vez no estamos dentro de una simulación.

Pero estamos haciendo fila para entrar.




¿Cómo usas las IA?

Últimamente veo algunos asombrados, otros asustados, confusos o conspiranoicos por las respuestas que alguna "IA" dio en un video de Tiktok, noticias web o del boca a boca. Lo que les puedo decir sobre las "IA" es sólo una herramienta más que concentra toda información que es posible esté en Internet y lo demás lo agrega bajo el comportamiento y uso que tengas con la aplicación. No es el pitoniso y gurú que te dará la respuesta mágica. 

Y considero que tú "criterio" es la llave maestra para que de allá no contamine, adiestre o de plano no te haga pensar y te acostumbres ahora hacer caso a una aplicación tecnológica. (lo hacen las personas, no permitas que ahora esto lo haga por ti).

Investigando y confortando algunas IA llegué a esta conclusión:  

1. Pregunta, pero no obedezcas a ciegas.

Usa la IA como herramienta, no como oráculo. Si te da una respuesta, piensa: ¿Esto tiene sentido? ¿Lo usaría aunque me lo dijera un amigo? Si la respuesta es “no sé”, duda y contrasta.


2. No uses IA para decidir por ti, sino para pensar contigo.

Una IA buena no debería decirte “haz esto”, sino darte alternativas y consecuencias. Si te resuelve todo, te atrofia el juicio.


3. Asegúrate de tener una opinión antes de preguntar.

Si consultas a la IA sin tener una postura propia, te va a parecer inteligente cualquier cosa que te diga. Es mejor venir con una idea y usarla para debatir, confirmar o refutar.


4. Cuidado con las respuestas “demasiado perfectas”.

Cuando una respuesta suena perfecta, redondita y sin fisuras, es el momento de sospechar. Las buenas ideas suelen venir con dudas, límites y contexto, no como verdades absolutas.


5. Nunca uses la IA para justificar algo que no te atreves a pensar por ti mismo.

Ejemplo: “¿Está mal si dejo a mi pareja por mensaje?”. Si preguntas eso esperando que la IA te dé permiso, ya perdiste tu criterio. Mejor piensa por qué lo quieres hacer y si puedes sostenerlo con tus valores.



Y si lo quieres más practico:

MANUAL PRÁCTICO PARA NO VOLVERTE UN ZOMBI DIGITAL

1. Ten claro qué necesitas antes de preguntar.

No vengas a ver “qué dice la IA”. Ven con una duda real o un objetivo concreto. Ejemplo:

Mal: “Dime algo interesante sobre mi vida.”

Bien: “¿Qué técnicas puedo usar para organizar mi día sin apps?”


2. Si no entiendes la respuesta, no la repitas como loro.

¿La IA usó palabras raras? ¿Dijo algo que suena listo pero no lo entiendes? Entonces no lo has procesado. Pregunta de nuevo o simplifícalo tú mismo antes de aplicarlo.


3. Siempre piensa: ¿Esto aplica a mi contexto?

La IA no sabe si tienes hijos, vives en el campo o trabajas 12 horas. Adapta la respuesta o descártala. Si algo suena bien pero no aplica, es basura elegante.


4. Contrasta con el mundo real.

Antes de actuar, verifica. ¿Alguien ya hizo esto? ¿Qué pasó? ¿Hay otra fuente que lo respalde? Puedes buscar en internet, preguntar a alguien o usar el sentido común.


5. Usa la IA como un colaborador, no como un jefe.

Hazle preguntas, dale contexto, discútelo. No solo copies y pegues lo que diga.

Ejemplo práctico:

Tú: "Quiero crear un negocio de salsas caseras."

IA: "Haz un plan de marketing con redes sociales."

Tú: "No tengo redes. ¿Qué otras opciones tengo sin depender de internet?"

Así mantienes el control.


6. Si la respuesta te hace sentir superior, cuidado.

Cuando la IA te da una frase “filosófica” o “poderosa”, pregúntate si estás buscando verdad o dopamina. No confundas sabiduría con frases con cara de post de Instagram.


7. Usa la IA para entrenar tu juicio, no para saltártelo.

Haz preguntas difíciles. Pide pros y contras. Juega a rebatir lo que dice. Así creces tú, no solo tu archivo de respuestas guardadas.


6. No la conviertas en tu psicólogo, ni en tu gurú.

Puede darte ideas, pero no puede conocerte. Si usas IA para que te diga “todo va a estar bien”, te estás entrenando a depender de validación artificial.

En resumen:

La IA es como un espejo con esteroides. Te puede mostrar más cosas, pero tú decides qué hacer con eso. El criterio personal no se alimenta con respuestas; se entrena con preguntas bien hechas.

Entonces, las respuestas están ahí...el chiste es cómo las preguntas y cómo te las crees.



Crítica a la cultura del streaming y la autoexposición.

Crítica a la cultura del streaming y la autoexposición.

Vivimos en la era del testigo. Cada momento parece tener más valor si está registrado, transmitido y aprobado por una audiencia invisible. Las plataformas de streaming y redes sociales han convertido la vida en un espectáculo constante, donde el "yo" auténtico queda sepultado bajo capas de filtros, monólogos ensayados y gestos performativos.


La pregunta incómoda es: ¿quién vive para sí mismo hoy?


Ya no basta con vivir, hay que demostrar que se vive. Comer no es sólo nutrirse, es grabar la comida. Reír no es sólo sentir alegría, es capturarla en una historia de 15 segundos. El viaje no termina en el destino, sino cuando el video editado alcanza suficientes reacciones. Lo íntimo, lo privado y lo espontáneo han sido arrinconados por una necesidad casi patológica de ser vistos, validados, seguidos.


Esta exposición constante no es gratuita. Nos está cobrando en salud mental, en relaciones reales, en silencio interior. Nos volvimos productos y productores a la vez: marcas personales, avatares en venta. El algoritmo no premia la verdad, premia la constancia, el ruido, la capacidad de captar atención, aunque sea a costa de la dignidad.


¿Y qué pasa cuando apagamos la cámara? ¿Quién queda ahí cuando ya no hay audiencia? ¿Hay un "yo" detrás del personaje? ¿O nos hemos diluido tanto en nuestra versión digital que ya no sabemos vivir sin espectadores?


El problema no es la tecnología, sino la forma en que la hemos dejado parasitar nuestra identidad. Transmitimos tanto hacia afuera que ya no sabemos escucharnos por dentro.


Volver a vivir para uno mismo hoy es casi un acto de rebeldía. Significa renunciar a los aplausos fáciles, a las métricas vacías y al miedo de desaparecer del radar digital. Significa recuperar lo sagrado del anonimato, lo valioso de la presencia sin cámara, lo revolucionario de vivir sin narrarse.


La vida real no necesita streaming. Necesita conciencia.



Reels, loops y eco mental: la prisión del contenido corto.

Vivimos atrapados en loops. No loops creativos, no loops musicales. Loops mentales. Contenido de 7, 15 o 30 segundos que se repite como un mantra sin propósito. Reels, Shorts, TikToks: píldoras rápidas de dopamina que desaparecen antes de que nuestra conciencia termine de digerirlas. No aprendimos nada. Pero sentimos que vimos mucho.

Y eso es lo más brillante y perverso del contenido corto: su capacidad de simular experiencia sin dejar huella. Como el eco en una caverna vacía: suena fuerte, pero no dice nada. Reímos, escroleamos, olvidamos. Y repetimos.

Detrás de la estética pulida y las transiciones espectaculares, lo que se oculta es un mecanismo de disociación. No estamos presentes. No reflexionamos. Solo reaccionamos. Y en esa reactividad, el algoritmo encuentra su festín: mide cada pausa, cada mirada, cada pulgar inquieto, y nos lanza otro reel, otro loop, otro eco más.

La mente empieza a operar en fragmentos. Ya no queremos profundidad. Queremos gratificación inmediata. ¿Leer un artículo largo? Pereza. ¿Ver una película sin tocar el celular? Imposible. ¿Pensar en silencio? Inútil. El cerebro, domesticado por el ritmo de los Reels, se ha vuelto alérgico al vacío.

Y lo más siniestro: todo parece divertido. Parece. Como si la prisión estuviera pintada con neones y filtros de belleza. Como si el encierro no importara mientras la puerta se abra cada 15 segundos para una nueva distracción.

Pero cada vez que entras a ver “solo un par” de videos, recuerda esto: los loops no solo están en la pantalla. También están en tu cabeza. Y si no rompes el ciclo, te convertirás tú mismo en un reel: breve, repetitivo, y perfectamente olvidable.

 


El algoritmo y el dios oculto: fe digital en 2025

En el año 2025, ya nadie reza mirando al cielo. Ahora se mira hacia abajo, hacia una pantalla, esperando respuesta. El nuevo dios no se llama Yahvé, Buda ni Quetzalcóatl. Se llama Algoritmo, y aunque nadie lo ha visto, todos hablan de él como si supieran cómo piensa.

Decimos cosas como: “El algoritmo no me muestra tus publicaciones”, “El algoritmo ya no me quiere”, “Hay que engañar al algoritmo”… como quien intenta leer los designios de una deidad caprichosa. Hemos dejado de confiar en nuestra voz, en nuestra intuición o en la calidad de lo que hacemos. Ahora confiamos en los mecanismos invisibles que deciden qué vale ser visto.

Y lo más irónico: es un dios creado por nosotros. Pero como ocurre en los mitos, la criatura ha superado al creador. Le tememos, le obedecemos, le sacrificamos nuestro tiempo, autenticidad y privacidad a cambio de visibilidad.

El algoritmo no juzga como un juez justo: premia lo que retiene, no lo que importa. Alimenta lo que atrapa la mirada, aunque esté vacío. Si un contenido genera odio, polarización o ansiedad, eso no es un problema… al contrario, es bendecido con alcance.

Así, como fieles digitales, ajustamos nuestras oraciones (posts), repetimos mantras virales (tendencias), y nos vestimos para el ritual (filtros, branding personal). ¿La salvación? Ser “recomendado”. ¿El infierno? El olvido.

Esta fe no tiene templos, pero sí tiene rituales: subir a la hora perfecta, usar los hashtags correctos, editar con ritmo. Y si no funciona, nos culpamos: “no le gusté al algoritmo”, como quien siente que Dios lo ha castigado sin explicación.

Pero tal vez el verdadero peligro no es que el algoritmo sea un dios... sino que hayamos aceptado su poder sin cuestionarlo. Porque a diferencia de un dios mítico, este sí tiene rostro: corporativo, matemático, monetizable.

Y ese dios, aunque digital, nunca deja de cobrar diezmo.