Permíteme sumergirte en la fatídica historia de un hombre que se encontró con su peor realidad en un martes 13.
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah!
La leyenda cuenta en una casa apartada de la sociedad, en algún rincón de la pradera, este hombre vivía rodeado por la naturaleza. La noche cayó sobre aquel lugar extraño, y con ella, la electricidad se desvaneció. Los focos que deberían haber iluminado la oscuridad permanecieron inertes, dejando que las sombras y las penumbras se adueñaran del entorno.
Nuestro protagonista, valiente y decidido, comprendió que debía prepararse para lo inevitable. Parecía como si supiera que esa noche no tendría la luz que le permitiría enfrentar la oscuridad. (¡Buaagh!!) Así que, con ingenio, improvisó. Reunió algunos botes con mecheros, aunque apenas si llegaban a la categoría de candiles, y los dispuso para iluminar su morada. La oscuridad se intensificaba poco a poco; el silencio se apoderó del lugar, solo interrumpido por el sonido de insectos que intentaban acercarse a la tenue luz de los mecheros.
El frío calaba hasta los huesos mientras se sentaba frente a esa luz. En una silla rústica que rechinaba cada vez que intentaba espantar a algún mosquito. Fue entonces cuando una idea lo asaltó. (Música de terror) Se levantó bruscamente y giró hacia la cocina. Por razones obvias, no vio nada, así que regresó y tomó nuevamente el mechero para alumbrarse. Al llegar a la cocina, sus ojos se abrieron desmesuradamente al reflejar la luz en los objetos: formas extrañas, figuras bizarras que parecían arrancadas de algún infierno, se proyectaban en las paredes.
Con manos temblorosas, palpó el refrigerador y encontró una caja. La sostuvo entre sus brazos como si ocultara algo de vital importancia. Se apresuró a regresar a su asiento y destapó la caja. En su interior, descubrió una selección de ricos y deliciosos chocolates, divididos en secciones cuadriculadas. Sin embargo, al momento de destaparla, su mirada cambió a una expresión de extrañeza: aquellos chocolates no los había tocado él. Se sentía perturbado. Murmuró: “No puede ser. ¡No puede ser!” Mientras pensaba, levantó la tapa una y otra vez, percatándose de que faltaba un chocolate cada vez que la cerraba y volvía a abrir. La caja parecía devorarlos.
Finalmente, en un acto desesperado, destapó la caja rápidamente y se dio cuenta de que… todos los chocolates habían desaparecido. Hasta que, finalmente, comprendió: los chocolates no desaparecían. Todos y cada uno de ellos estaban en…
(Gritos) ¡La tapa!
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Pero esto no ha terminado.
Así que llevaron el féretro a su última morada. Todos los presentes querían ver al difunto por última vez. Decían: “Esta será la última vez, debemos darle el último adiós.”
El doliente principal abrió la caja para que todos lo vieran. Pero cuando lo hizo, el señor estaba… en la tapa del ataúd.
(Ahora sí, griten:)
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Tan, tan. Se acabó. 🕯️🌑