🧠💻 ¿Vivimos en una simulación... o simplemente ya queremos hacerlo?

Cada vez es más difícil saberlo.

Te despiertas, revisas el celular, haces scroll como zombi, comes lo mismo, trabajas en lo mismo, finges emociones por default... y repites. Día tras día. ¿Realidad? ¿O una app mal optimizada corriendo en bucle?

Quizá no vivimos en una simulación, pero sí actuamos como si rogáramos por una:

Inteligencias artificiales que piensan más que nosotros.

Avatares que nos representan mejor que nuestra propia cara.

Mundos virtuales donde somos dioses, mientras en el mundo real... no podemos ni con el WiFi.

A este paso, el verdadero apocalipsis no será con fuego ni meteoritos... será cuando nos demos cuenta de que preferimos una realidad programada que no duela, a una vida real que no entendemos.

Así que sí...

Tal vez no estamos dentro de una simulación.

Pero estamos haciendo fila para entrar.




🔥⚡ 16 de mayo: Día del Heavy Metal ⚡🔥



Hoy no es un día cualquiera.

Hoy se afinan las guitarras en drop D, se calientan los cuellos para el headbanging y se desempolvan los chalecos con parches de bandas que tu mamá sigue creyendo que invocan al diablo.

Es el día en que la distorsión manda, los riffs reinan y los gritos guturales son poesía.

🎸 ¿Por qué se celebra hoy? Porque un 16 de mayo del 2010, el heavy metal fue reconocido por la UNESCO como parte del patrimonio cultural... de quienes tienen alma de acero y corazón de doble bombo.

Así que si ves a alguien con botas negras, camiseta de Iron Maiden y cara de “odio al mundo”, no lo juzgues: probablemente está más feliz que tú, solo que no lo demuestra porque el metal no sonríe, ruge.

Larga vida al metal.

Y si no te gusta… súbele al volumen hasta que lo ames. 🤘

#DiaDelHeavyMetal #16DeMayo #MetalHeadsUnite #HeadbangHastaMorir #SatanAprobóEsteMensaje

Estábamos mejor con Felipe Calderón.

López Obrador, en uno de esos momentos donde la lengua corre más rápido que el pensamiento, volvió a arremeter contra su némesis favorito: Felipe Calderón. Dijo que no fue un buen presidente, que dejó un país en ruinas, que estaba coludido, que todo mal. Lo de siempre. Lo curioso —y tragicómico— es que, al final, terminó copiándole todo.

Militarizó el país… igual que Calderón.

Usó a la Guardia Nacional como brazo extendido del Estado… igual que Calderón con el Ejército.

Le declaró la guerra al narco (pero sin llamarla guerra, porque eso suena feo)... igual que Calderón.

Y ahora hasta presume capturas, decomisos y operativos... ¡como si fuera 2008 otra vez!

Lo único que le faltó fue ponerse el chaleco con las siglas de la SEDENA y salir a patrullar, pero no le daba el cardio.

Y mientras tanto, su narrativa de paz, abrazos y moral de café de la mañana… terminó en el mismo infierno de sangre y fuego que tanto criticó. Calderón no solo ganó en la comparación: ganó en la ironía. Porque al final, AMLO terminó siendo un imitador con menos resultados y más excusas.

Así que sí, aunque le duela en lo más profundo de su sermón mañanero, ganó Calderón.

Y López... solo quedó sepultado bajo la miseria de sus propias palabras.

Lista Tío Sam 2025

La clase política mexicana (sí, esa élite bendita de la corrupción gourmet) anda con el Obrador atorado en la garganta. ¿La razón? Resulta que el Tío Sam —ese que todo lo ve y todo lo apunta— ya tiene su álbum Panini de políticos, familiares, amigos y mascotas metidos hasta las cejas en asuntos turbios. Y como buen anfitrión en su territorio, empezó a repartir cancelaciones de visas como si fueran volantes de feria… y lo que sigue: el congelamiento de cuentas bancarias bien lavaditas.

Mientras tanto, aquí en el país del “no pasa nada”, los implicados siguen cobijados por un “PRESIDENTÁ” que jura por Benito Juárez que no sabe nada, no vio nada y, francamente, no quiere saber nada. Así va directo al récord Guinness como la persona más orgullosamente ignorante de México.

Y justo ahora, el infortunio le cae a RICARDO MONREAL , otro ilustre condecorado por sus tratos finísimos con el narco. Pero no se preocupen, seguro aquí lo premian con otro cargo… o con una estatua.



El Sagrado Ritual del Cassette

Hubo un tiempo —no tan lejano— donde la música no venía de la nube, ni se podía repetir con un clic. Venía enrollada en una cinta magnética, frágil y caprichosa, dentro de un cassette.

Sí, ese rectángulo de plástico que hacía magia cuando lo metías al estéreo y presionabas "Play".

Teníamos una paciencia de monje zen: cuando la cinta se salía o se enredaba, no tirábamos el cassette… lo operábamos. Con cinta adhesiva, una pluma Bic y un poco de fe, lo dejábamos como nuevo.
Era cirugía emocional.
Porque ese cassette tenía nuestra música. Nuestra historia.


Grabar canciones de la radio era otro arte. Tenías que estar ahí, cazando el momento perfecto, con el dedo listo en el botón rojo. Y claro…

Siempre te salía el locutor arruinando la intro:
🎤 “¡La mejor música, en la estación que te pone a bailar, yeah!”
Y ahí quedaba, para siempre, entremezclado con tu canción favorita.

Cada 30 minutos había que darle la vuelta. Lado A, lado B. Un pequeño ritual mecánico que hoy parece una molestia… pero antes, era parte del viaje.

Los cassettes no tenían “skip”. Tenían rebobinado. Y si querías volver a tu canción favorita, te tocaba adivinar, adelantar, pasarte, volver, y repetir.

Pero, ¿sabes qué?
Todo eso lo hacía especial.
Hoy tenemos acceso a millones de canciones, pero no ese ritual.
No esa espera.
No ese cariño por lo imperfecto.

📼 Los cassettes no solo reproducían música. Reproducían momentos.
Y cada uno tenía un alma.

¿Cómo usas las IA?

Últimamente veo algunos asombrados, otros asustados, confusos o conspiranoicos por las respuestas que alguna "IA" dio en un video de Tiktok, noticias web o del boca a boca. Lo que les puedo decir sobre las "IA" es sólo una herramienta más que concentra toda información que es posible esté en Internet y lo demás lo agrega bajo el comportamiento y uso que tengas con la aplicación. No es el pitoniso y gurú que te dará la respuesta mágica. 

Y considero que tú "criterio" es la llave maestra para que de allá no contamine, adiestre o de plano no te haga pensar y te acostumbres ahora hacer caso a una aplicación tecnológica. (lo hacen las personas, no permitas que ahora esto lo haga por ti).

Investigando y confortando algunas IA llegué a esta conclusión:  

1. Pregunta, pero no obedezcas a ciegas.

Usa la IA como herramienta, no como oráculo. Si te da una respuesta, piensa: ¿Esto tiene sentido? ¿Lo usaría aunque me lo dijera un amigo? Si la respuesta es “no sé”, duda y contrasta.


2. No uses IA para decidir por ti, sino para pensar contigo.

Una IA buena no debería decirte “haz esto”, sino darte alternativas y consecuencias. Si te resuelve todo, te atrofia el juicio.


3. Asegúrate de tener una opinión antes de preguntar.

Si consultas a la IA sin tener una postura propia, te va a parecer inteligente cualquier cosa que te diga. Es mejor venir con una idea y usarla para debatir, confirmar o refutar.


4. Cuidado con las respuestas “demasiado perfectas”.

Cuando una respuesta suena perfecta, redondita y sin fisuras, es el momento de sospechar. Las buenas ideas suelen venir con dudas, límites y contexto, no como verdades absolutas.


5. Nunca uses la IA para justificar algo que no te atreves a pensar por ti mismo.

Ejemplo: “¿Está mal si dejo a mi pareja por mensaje?”. Si preguntas eso esperando que la IA te dé permiso, ya perdiste tu criterio. Mejor piensa por qué lo quieres hacer y si puedes sostenerlo con tus valores.



Y si lo quieres más practico:

MANUAL PRÁCTICO PARA NO VOLVERTE UN ZOMBI DIGITAL

1. Ten claro qué necesitas antes de preguntar.

No vengas a ver “qué dice la IA”. Ven con una duda real o un objetivo concreto. Ejemplo:

Mal: “Dime algo interesante sobre mi vida.”

Bien: “¿Qué técnicas puedo usar para organizar mi día sin apps?”


2. Si no entiendes la respuesta, no la repitas como loro.

¿La IA usó palabras raras? ¿Dijo algo que suena listo pero no lo entiendes? Entonces no lo has procesado. Pregunta de nuevo o simplifícalo tú mismo antes de aplicarlo.


3. Siempre piensa: ¿Esto aplica a mi contexto?

La IA no sabe si tienes hijos, vives en el campo o trabajas 12 horas. Adapta la respuesta o descártala. Si algo suena bien pero no aplica, es basura elegante.


4. Contrasta con el mundo real.

Antes de actuar, verifica. ¿Alguien ya hizo esto? ¿Qué pasó? ¿Hay otra fuente que lo respalde? Puedes buscar en internet, preguntar a alguien o usar el sentido común.


5. Usa la IA como un colaborador, no como un jefe.

Hazle preguntas, dale contexto, discútelo. No solo copies y pegues lo que diga.

Ejemplo práctico:

Tú: "Quiero crear un negocio de salsas caseras."

IA: "Haz un plan de marketing con redes sociales."

Tú: "No tengo redes. ¿Qué otras opciones tengo sin depender de internet?"

Así mantienes el control.


6. Si la respuesta te hace sentir superior, cuidado.

Cuando la IA te da una frase “filosófica” o “poderosa”, pregúntate si estás buscando verdad o dopamina. No confundas sabiduría con frases con cara de post de Instagram.


7. Usa la IA para entrenar tu juicio, no para saltártelo.

Haz preguntas difíciles. Pide pros y contras. Juega a rebatir lo que dice. Así creces tú, no solo tu archivo de respuestas guardadas.


6. No la conviertas en tu psicólogo, ni en tu gurú.

Puede darte ideas, pero no puede conocerte. Si usas IA para que te diga “todo va a estar bien”, te estás entrenando a depender de validación artificial.

En resumen:

La IA es como un espejo con esteroides. Te puede mostrar más cosas, pero tú decides qué hacer con eso. El criterio personal no se alimenta con respuestas; se entrena con preguntas bien hechas.

Entonces, las respuestas están ahí...el chiste es cómo las preguntas y cómo te las crees.



"El Comandante del Ayer".

En algún rincón soleado de La Habana, junto al vaivén cadencioso del mar Caribe y con un puro humeante entre los labios, Andrés Manuel López Obrador se mece lentamente en una silla de mimbre. Viste una guayabera impecable, blanca como la palidez de las promesas incumplidas, y mira al horizonte con la serenidad de quien ya no carga la responsabilidad, solo el recuerdo.

—“Ay, cómo se quejan los conservadores todavía,” murmura con una sonrisa ladeada, mientras observa en su vieja tablet las noticias mexicanas. El Wi-Fi cubano es lento, pero la ironía viaja rápido.

En las calles de México, los trenes siguen descarrilándose con la dignidad del presupuesto recortado. El AIFA continúa funcionando… como un monumento al orgullo necio, donde llegan más moscas que vuelos. Y el país, ahogado entre abrazos y balazos, aún intenta entender si lo que vivió fue un gobierno o una telenovela escrita por Kafka y dirigida por Chespirito.

—“Les dejé la esperanza, ¿qué más querían?” dice mientras le sirven un café cubano cargado como su discurso matutino de hace años. Los locales lo llaman “El Comandante del Bienestar”, un apodo que él acepta con gusto, ignorando el hecho de que ni en Cuba creen mucho en eso del bienestar.

A veces recibe cartas de antiguos seguidores. Una le escribe:

"Comandante AMLO, seguimos luchando contra los fifís, los neoliberales y los ventiladores eléctricos. Todo gracias a usted."

Y él responde con tinta verde:

No aflojen. El pueblo sabio siempre tendrá razón, incluso cuando no la tenga.”

Mientras tanto, en México, los programas sociales siguen fluyendo como paracetamol en un hospital público: baratos, escasos y con efecto dudoso. La inflación baila un danzón y la justicia duerme bajo la sombra de un árbol sembrado en 2006.

Pero allá en Cuba, AMLO vive sin prisas. A veces lo visitan viejos amigos: Evo trae charangos, Correa llega con anécdotas, y hasta Maduro manda una canasta con plátanos sin contexto. Todos brindan por la Revolución que nunca fue, pero que en los discursos sonaba tan bonita.

—“¡Viva el pueblo!” grita a veces, mientras nadie lo escucha más que un gallo desorientado y un gato que duerme en su ventana.

Porque al final, AMLO se retiró como quería: sin responder preguntas, sin rendir cuentas, y con la convicción firme de que el problema no era él, sino que el pueblo aún no entendía su genialidad.

Allá, quitado de la pena, entre cocos y discursos, vive el viejo Andrés, convencido de que la historia lo absolverá... o por lo menos lo olvidará.


Crítica a la cultura del streaming y la autoexposición.

Crítica a la cultura del streaming y la autoexposición.

Vivimos en la era del testigo. Cada momento parece tener más valor si está registrado, transmitido y aprobado por una audiencia invisible. Las plataformas de streaming y redes sociales han convertido la vida en un espectáculo constante, donde el "yo" auténtico queda sepultado bajo capas de filtros, monólogos ensayados y gestos performativos.


La pregunta incómoda es: ¿quién vive para sí mismo hoy?


Ya no basta con vivir, hay que demostrar que se vive. Comer no es sólo nutrirse, es grabar la comida. Reír no es sólo sentir alegría, es capturarla en una historia de 15 segundos. El viaje no termina en el destino, sino cuando el video editado alcanza suficientes reacciones. Lo íntimo, lo privado y lo espontáneo han sido arrinconados por una necesidad casi patológica de ser vistos, validados, seguidos.


Esta exposición constante no es gratuita. Nos está cobrando en salud mental, en relaciones reales, en silencio interior. Nos volvimos productos y productores a la vez: marcas personales, avatares en venta. El algoritmo no premia la verdad, premia la constancia, el ruido, la capacidad de captar atención, aunque sea a costa de la dignidad.


¿Y qué pasa cuando apagamos la cámara? ¿Quién queda ahí cuando ya no hay audiencia? ¿Hay un "yo" detrás del personaje? ¿O nos hemos diluido tanto en nuestra versión digital que ya no sabemos vivir sin espectadores?


El problema no es la tecnología, sino la forma en que la hemos dejado parasitar nuestra identidad. Transmitimos tanto hacia afuera que ya no sabemos escucharnos por dentro.


Volver a vivir para uno mismo hoy es casi un acto de rebeldía. Significa renunciar a los aplausos fáciles, a las métricas vacías y al miedo de desaparecer del radar digital. Significa recuperar lo sagrado del anonimato, lo valioso de la presencia sin cámara, lo revolucionario de vivir sin narrarse.


La vida real no necesita streaming. Necesita conciencia.



Reels, loops y eco mental: la prisión del contenido corto.

Vivimos atrapados en loops. No loops creativos, no loops musicales. Loops mentales. Contenido de 7, 15 o 30 segundos que se repite como un mantra sin propósito. Reels, Shorts, TikToks: píldoras rápidas de dopamina que desaparecen antes de que nuestra conciencia termine de digerirlas. No aprendimos nada. Pero sentimos que vimos mucho.

Y eso es lo más brillante y perverso del contenido corto: su capacidad de simular experiencia sin dejar huella. Como el eco en una caverna vacía: suena fuerte, pero no dice nada. Reímos, escroleamos, olvidamos. Y repetimos.

Detrás de la estética pulida y las transiciones espectaculares, lo que se oculta es un mecanismo de disociación. No estamos presentes. No reflexionamos. Solo reaccionamos. Y en esa reactividad, el algoritmo encuentra su festín: mide cada pausa, cada mirada, cada pulgar inquieto, y nos lanza otro reel, otro loop, otro eco más.

La mente empieza a operar en fragmentos. Ya no queremos profundidad. Queremos gratificación inmediata. ¿Leer un artículo largo? Pereza. ¿Ver una película sin tocar el celular? Imposible. ¿Pensar en silencio? Inútil. El cerebro, domesticado por el ritmo de los Reels, se ha vuelto alérgico al vacío.

Y lo más siniestro: todo parece divertido. Parece. Como si la prisión estuviera pintada con neones y filtros de belleza. Como si el encierro no importara mientras la puerta se abra cada 15 segundos para una nueva distracción.

Pero cada vez que entras a ver “solo un par” de videos, recuerda esto: los loops no solo están en la pantalla. También están en tu cabeza. Y si no rompes el ciclo, te convertirás tú mismo en un reel: breve, repetitivo, y perfectamente olvidable.

 


El algoritmo y el dios oculto: fe digital en 2025

En el año 2025, ya nadie reza mirando al cielo. Ahora se mira hacia abajo, hacia una pantalla, esperando respuesta. El nuevo dios no se llama Yahvé, Buda ni Quetzalcóatl. Se llama Algoritmo, y aunque nadie lo ha visto, todos hablan de él como si supieran cómo piensa.

Decimos cosas como: “El algoritmo no me muestra tus publicaciones”, “El algoritmo ya no me quiere”, “Hay que engañar al algoritmo”… como quien intenta leer los designios de una deidad caprichosa. Hemos dejado de confiar en nuestra voz, en nuestra intuición o en la calidad de lo que hacemos. Ahora confiamos en los mecanismos invisibles que deciden qué vale ser visto.

Y lo más irónico: es un dios creado por nosotros. Pero como ocurre en los mitos, la criatura ha superado al creador. Le tememos, le obedecemos, le sacrificamos nuestro tiempo, autenticidad y privacidad a cambio de visibilidad.

El algoritmo no juzga como un juez justo: premia lo que retiene, no lo que importa. Alimenta lo que atrapa la mirada, aunque esté vacío. Si un contenido genera odio, polarización o ansiedad, eso no es un problema… al contrario, es bendecido con alcance.

Así, como fieles digitales, ajustamos nuestras oraciones (posts), repetimos mantras virales (tendencias), y nos vestimos para el ritual (filtros, branding personal). ¿La salvación? Ser “recomendado”. ¿El infierno? El olvido.

Esta fe no tiene templos, pero sí tiene rituales: subir a la hora perfecta, usar los hashtags correctos, editar con ritmo. Y si no funciona, nos culpamos: “no le gusté al algoritmo”, como quien siente que Dios lo ha castigado sin explicación.

Pero tal vez el verdadero peligro no es que el algoritmo sea un dios... sino que hayamos aceptado su poder sin cuestionarlo. Porque a diferencia de un dios mítico, este sí tiene rostro: corporativo, matemático, monetizable.

Y ese dios, aunque digital, nunca deja de cobrar diezmo.