¿Cómo usas las IA?

Últimamente veo algunos asombrados, otros asustados, confusos o conspiranoicos por las respuestas que alguna "IA" dio en un video de Tiktok, noticias web o del boca a boca. Lo que les puedo decir sobre las "IA" es sólo una herramienta más que concentra toda información que es posible esté en Internet y lo demás lo agrega bajo el comportamiento y uso que tengas con la aplicación. No es el pitoniso y gurú que te dará la respuesta mágica. 

Y considero que tú "criterio" es la llave maestra para que de allá no contamine, adiestre o de plano no te haga pensar y te acostumbres ahora hacer caso a una aplicación tecnológica. (lo hacen las personas, no permitas que ahora esto lo haga por ti).

Investigando y confortando algunas IA llegué a esta conclusión:  

1. Pregunta, pero no obedezcas a ciegas.

Usa la IA como herramienta, no como oráculo. Si te da una respuesta, piensa: ¿Esto tiene sentido? ¿Lo usaría aunque me lo dijera un amigo? Si la respuesta es “no sé”, duda y contrasta.


2. No uses IA para decidir por ti, sino para pensar contigo.

Una IA buena no debería decirte “haz esto”, sino darte alternativas y consecuencias. Si te resuelve todo, te atrofia el juicio.


3. Asegúrate de tener una opinión antes de preguntar.

Si consultas a la IA sin tener una postura propia, te va a parecer inteligente cualquier cosa que te diga. Es mejor venir con una idea y usarla para debatir, confirmar o refutar.


4. Cuidado con las respuestas “demasiado perfectas”.

Cuando una respuesta suena perfecta, redondita y sin fisuras, es el momento de sospechar. Las buenas ideas suelen venir con dudas, límites y contexto, no como verdades absolutas.


5. Nunca uses la IA para justificar algo que no te atreves a pensar por ti mismo.

Ejemplo: “¿Está mal si dejo a mi pareja por mensaje?”. Si preguntas eso esperando que la IA te dé permiso, ya perdiste tu criterio. Mejor piensa por qué lo quieres hacer y si puedes sostenerlo con tus valores.



Y si lo quieres más practico:

MANUAL PRÁCTICO PARA NO VOLVERTE UN ZOMBI DIGITAL

1. Ten claro qué necesitas antes de preguntar.

No vengas a ver “qué dice la IA”. Ven con una duda real o un objetivo concreto. Ejemplo:

Mal: “Dime algo interesante sobre mi vida.”

Bien: “¿Qué técnicas puedo usar para organizar mi día sin apps?”


2. Si no entiendes la respuesta, no la repitas como loro.

¿La IA usó palabras raras? ¿Dijo algo que suena listo pero no lo entiendes? Entonces no lo has procesado. Pregunta de nuevo o simplifícalo tú mismo antes de aplicarlo.


3. Siempre piensa: ¿Esto aplica a mi contexto?

La IA no sabe si tienes hijos, vives en el campo o trabajas 12 horas. Adapta la respuesta o descártala. Si algo suena bien pero no aplica, es basura elegante.


4. Contrasta con el mundo real.

Antes de actuar, verifica. ¿Alguien ya hizo esto? ¿Qué pasó? ¿Hay otra fuente que lo respalde? Puedes buscar en internet, preguntar a alguien o usar el sentido común.


5. Usa la IA como un colaborador, no como un jefe.

Hazle preguntas, dale contexto, discútelo. No solo copies y pegues lo que diga.

Ejemplo práctico:

Tú: "Quiero crear un negocio de salsas caseras."

IA: "Haz un plan de marketing con redes sociales."

Tú: "No tengo redes. ¿Qué otras opciones tengo sin depender de internet?"

Así mantienes el control.


6. Si la respuesta te hace sentir superior, cuidado.

Cuando la IA te da una frase “filosófica” o “poderosa”, pregúntate si estás buscando verdad o dopamina. No confundas sabiduría con frases con cara de post de Instagram.


7. Usa la IA para entrenar tu juicio, no para saltártelo.

Haz preguntas difíciles. Pide pros y contras. Juega a rebatir lo que dice. Así creces tú, no solo tu archivo de respuestas guardadas.


6. No la conviertas en tu psicólogo, ni en tu gurú.

Puede darte ideas, pero no puede conocerte. Si usas IA para que te diga “todo va a estar bien”, te estás entrenando a depender de validación artificial.

En resumen:

La IA es como un espejo con esteroides. Te puede mostrar más cosas, pero tú decides qué hacer con eso. El criterio personal no se alimenta con respuestas; se entrena con preguntas bien hechas.

Entonces, las respuestas están ahí...el chiste es cómo las preguntas y cómo te las crees.



"El Comandante del Ayer".

En algún rincón soleado de La Habana, junto al vaivén cadencioso del mar Caribe y con un puro humeante entre los labios, Andrés Manuel López Obrador se mece lentamente en una silla de mimbre. Viste una guayabera impecable, blanca como la palidez de las promesas incumplidas, y mira al horizonte con la serenidad de quien ya no carga la responsabilidad, solo el recuerdo.

—“Ay, cómo se quejan los conservadores todavía,” murmura con una sonrisa ladeada, mientras observa en su vieja tablet las noticias mexicanas. El Wi-Fi cubano es lento, pero la ironía viaja rápido.

En las calles de México, los trenes siguen descarrilándose con la dignidad del presupuesto recortado. El AIFA continúa funcionando… como un monumento al orgullo necio, donde llegan más moscas que vuelos. Y el país, ahogado entre abrazos y balazos, aún intenta entender si lo que vivió fue un gobierno o una telenovela escrita por Kafka y dirigida por Chespirito.

—“Les dejé la esperanza, ¿qué más querían?” dice mientras le sirven un café cubano cargado como su discurso matutino de hace años. Los locales lo llaman “El Comandante del Bienestar”, un apodo que él acepta con gusto, ignorando el hecho de que ni en Cuba creen mucho en eso del bienestar.

A veces recibe cartas de antiguos seguidores. Una le escribe:

"Comandante AMLO, seguimos luchando contra los fifís, los neoliberales y los ventiladores eléctricos. Todo gracias a usted."

Y él responde con tinta verde:

No aflojen. El pueblo sabio siempre tendrá razón, incluso cuando no la tenga.”

Mientras tanto, en México, los programas sociales siguen fluyendo como paracetamol en un hospital público: baratos, escasos y con efecto dudoso. La inflación baila un danzón y la justicia duerme bajo la sombra de un árbol sembrado en 2006.

Pero allá en Cuba, AMLO vive sin prisas. A veces lo visitan viejos amigos: Evo trae charangos, Correa llega con anécdotas, y hasta Maduro manda una canasta con plátanos sin contexto. Todos brindan por la Revolución que nunca fue, pero que en los discursos sonaba tan bonita.

—“¡Viva el pueblo!” grita a veces, mientras nadie lo escucha más que un gallo desorientado y un gato que duerme en su ventana.

Porque al final, AMLO se retiró como quería: sin responder preguntas, sin rendir cuentas, y con la convicción firme de que el problema no era él, sino que el pueblo aún no entendía su genialidad.

Allá, quitado de la pena, entre cocos y discursos, vive el viejo Andrés, convencido de que la historia lo absolverá... o por lo menos lo olvidará.


Crítica a la cultura del streaming y la autoexposición.

Crítica a la cultura del streaming y la autoexposición.

Vivimos en la era del testigo. Cada momento parece tener más valor si está registrado, transmitido y aprobado por una audiencia invisible. Las plataformas de streaming y redes sociales han convertido la vida en un espectáculo constante, donde el "yo" auténtico queda sepultado bajo capas de filtros, monólogos ensayados y gestos performativos.


La pregunta incómoda es: ¿quién vive para sí mismo hoy?


Ya no basta con vivir, hay que demostrar que se vive. Comer no es sólo nutrirse, es grabar la comida. Reír no es sólo sentir alegría, es capturarla en una historia de 15 segundos. El viaje no termina en el destino, sino cuando el video editado alcanza suficientes reacciones. Lo íntimo, lo privado y lo espontáneo han sido arrinconados por una necesidad casi patológica de ser vistos, validados, seguidos.


Esta exposición constante no es gratuita. Nos está cobrando en salud mental, en relaciones reales, en silencio interior. Nos volvimos productos y productores a la vez: marcas personales, avatares en venta. El algoritmo no premia la verdad, premia la constancia, el ruido, la capacidad de captar atención, aunque sea a costa de la dignidad.


¿Y qué pasa cuando apagamos la cámara? ¿Quién queda ahí cuando ya no hay audiencia? ¿Hay un "yo" detrás del personaje? ¿O nos hemos diluido tanto en nuestra versión digital que ya no sabemos vivir sin espectadores?


El problema no es la tecnología, sino la forma en que la hemos dejado parasitar nuestra identidad. Transmitimos tanto hacia afuera que ya no sabemos escucharnos por dentro.


Volver a vivir para uno mismo hoy es casi un acto de rebeldía. Significa renunciar a los aplausos fáciles, a las métricas vacías y al miedo de desaparecer del radar digital. Significa recuperar lo sagrado del anonimato, lo valioso de la presencia sin cámara, lo revolucionario de vivir sin narrarse.


La vida real no necesita streaming. Necesita conciencia.