Cierto día salía de su trabajo alegre, después de tener una semana de mucha presión y con dinero suficiente para el siguiente fin de semana. Ósea, bien chingón.
Se dirigía alegremente a su domicilio hambriento y adivinando cual seria el menú que le tocaría en la cena. Olfateando, percibiendo a adivinar cual seria su sorpresa gastronómica después de abrir la puerta de su casa.
El único olor que recibiría era…el de ¡¡azufre!!
¡¡Hay olor azufre!!
Proclamó con voz de último camionero en ruta.
Así que su esposa le dice:
-El perro se enveneno, y esta vomitando todo el apartamento. Se metió a tu habitación para morirse. Por que ningún taxista quiso llevarme con el perro en esas condiciones.
-¿Y como que paso?
Le respondió.
-Nada, nada. Salió conmigo se me escapo y cuando apareció, tal como lo vez.
El pobre animalito pequeñito estaba aventando espuma incesantemente por el hocico, convulsionando y con un raro temblor en la piel.
Se levantaba como podía, con un gran esfuerzo le miró con una expresión de:
-Amo sálvame. No me dejes morir así…
Bueno lógicamente fue de emergencia al veterinario y este le dijo:
-¿Envenenado? ¡Envenenadísimo! Con raticida.
Acto después ordenó a su enfermera que lo sedara y le puso un suero al pobre perro, dejándole como coladera con ocho piquetes.
Pero lo salvó el veterinario.
Se lo entregó vivo.
Y adiós a la mitad del dinero que con tanto trabajo y disgusto, se perdió en una tarde de un fin de semana en este extraño mundo al que pertenecemos.
PD:
Pero tiene al perro. ¡Que felicidad!